Esta “falta de diálogo” (que es un axioma generalizado por el debate diario) no es otra cosa que el problema de comunicación vista como una herramienta esencial para la prevención y resolución de los conflictos sociales. Es evidente que esta deficiencia de comunicación es necesaria a resolver a través del conocimiento de las causas del problema social, del leit motiv si se quiere, de los actores, de la sucesión de los hechos, del contexto, pero sobre todo saber bien cuáles son los límites de la comunicación. Es decir hasta dónde se puede llegar.
En este sentido para Conga lo ideal hubiese sido la puesta en marcha de una política de comunicaciones del gobierno a lo largo y ancho de territorio nacional. Pero también estrategias específicas de las empresas privadas para sus áreas de influencia. En ambos casos el objetivo debía ser el mismo: una población enterada e integrada de los beneficios de la minería como una industria asociada a la misma génesis de la civilización peruana pero también graficada como esa palanca de oportunidad, esa “renta natural” que debe servir para el progreso y desarrollo de nuestra patria en este nuevo siglo. Los impactos específicos en el empleo, el consumo y el crecimiento debieron ser traducidos en lenguaje sencillo, amplio y honesto. Esa tarea es, y sigue siendo, de los comunicadores o estrategas de la comunicación y no de la fría y cartesiana ingeniería.
¿Pero puede resolver todo la comunicación? Es decir ¿está en las manos de los comunicadores resolver los problemas principales y específicos de los conflictos sociales? No necesariamente. Hay serios problemas, brechas por así decirlo, que deben y deberían ser resueltos propiamente por la política y los políticos. La corrupción, la falta de un “Estado eficiente” que entregue servicios mínimos de calidad o cerrar las brechas de infraestructura a través de proyecto de inversión en las zonas más alejadas de nuestra patria -curiosamente allí donde se aloja la minería- o el combate a la ideología marxista, aquella que alienta la lucha de clases como motor de la historia, es tarea de la política y no de la comunicación.
En este mismo contexto hay además un tema importante, trascendente aún más que la eficiencia del Estado moderno en las zonas más alejadas. Y ese el reconocimiento del "otro" como ciudadano. Según Thomas Marshall hay tres generaciones, o dimensiones de derechos seguidas una de otra en función al surgimiento del capitalismo. El primero de ellos son los derechos civiles, es decir la libertad de persona, de expresión, de contrato y de propiedad. El segundo de estos derechos es el político, a participar en las decisiones políticas, elegir y ser elegido, el tercero son los derechos sociales, bienestar e igualdad de oportunidades. En el Perú de hoy todavía no se han resuelto la primera generación de derechos, es decir, de derechos civiles. La serranía, allí donde se aloja la minería pero también las comunidades campesinas reflejan ese contrasentido. Tomando a Marshall no hay ciudadanos en medida que el problema de la propiedad no se resuelva. Una condición para la democracia es el desarrollo del capitalismo y una condición para el desarrollo capitalista son los derechos de propiedad. La pregunta sería entonces ¿puede la comunicación y sus estrategas con este despelote? En términos sencillos no.
Pero lo que sí puede (-y en eso radica una visión diferente de hacer estrategias de comunicación -además de su fortaleza) es generar espacios de diálogo que no solo traduzcan los beneficios de la minería al lenguaje común sino además otro debate. Es decir abrir espacios para el surgimiento de propuestas para mejorar la eficiencia del Estado en las zonas más alejadas y el otorgamiento de los derechos civiles como condición de una nueva relación ciudadanía – empresa minera. La tarea es ardua pero ¿alguien acaso conoce otro camino?
Javier Iván Arenas
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